«Taxi, lléveme a Suiza». ¿A quién se le podría ocurrir pedir algo así? Pues, desde hace 22 años, a centenares de vecinos de la Costa da Morte. Ángel Vázquez Pose es la persona que puede cumplir ese deseo. Él y un puñado de taxistas más de Galicia que se conocen al dedillo la ruta de unos 4.000 kilómetros ida y vuelta y unas veinte horas de trayecto solo de ida. Él es, probablemente, el más veterano, porque lleva 22 años, seis coches (cuatro Mercedes y dos Peugeot) y unos tres millones de kilómetros. Nunca los contó, pero calcula que por ahí andará la cosa, cien mil más, cien mil menos.
Ángel fue emigrante en Suiza antes que taxista, y ahí empezó a ver la ruta. Pasó trece años en la Confederación Helvética y su regreso fue, como el de Sísifo, un eterno viaje de ida y vuelta al mismo lugar. Fue llegar a casa, ponerse a trabajar con el taxi y empezar a llevar y traer emigrantes. La mayoría, como él, que es de Baio, naturales de la Costa da Morte, principal comarca española de la emigración a Suiza.
En estos años se ha hecho con una clientela fija y variada: niños que van a ver a sus padres o vienen a visitar a los abuelos (a muchos los ha visto crecer en sus asientos), retornados con asuntos pendientes... Hay de todo. Generalmente, con tres pasajeros de media; a veces dos, a veces cuatro. Y a 150 euros por trayecto, que puede variar en función del destino final o la carga. No es lo mismo ir a Ginebra que a Berna, que es el límite que se pone. En medio, largas horas y distintos paisajes por Burgos, Vitoria, Burdeos, Limoges y entrada por Ginebra. Tras la llegada, pasa dos noches en el destino, y vuelta.
Ahora, las cosas no son como eran. «Calculo que isto baixaría un 30%», señala. No hay más que ver las tablas estadísticas. En 1974, había 176.000 españoles en Suiza. En 1990, 130.000. La cifra sigue bajando, y ahora están registrados 65.000, casi la mitad de ellos gallegos. Cada año regresan unos 2.300 debido a la edad, el cambio de los tiempos y un contacto con la tierra que nunca se perdió. Pero hay otros que no volverán: las segundas y terceras generaciones, muy preparadas y perfectamente integradas en la vida helvética, sobre todo en los cantones de habla francesa. Estas generaciones ya no cogerán ningún taxi de vuelta.
Hablamos de fiestas porque, si no lo hacemos ahora, en agosto, cuando las celebraciones revientan los carteles, ¿cuándo lo vamos a hacer? Hay muchas, y muy buenas. Un caso curioso es el de Fornelos, en Baio. No hace nada (tres años) que la entidad vecinal, llamada A Fonte por todo lo que significa ese lugar y su entorno, ya recuperado, comenzó a trabajar. Tomaron el primer domingo de agosto para su reunión anual, de comida y fiesta. El domingo, como quien no quiere la cosa, reunieron a 500 personas, que es medio millar en letras. Casi nada. Fue todo muy colorido, empezando por las camisetas, este año en color rojo (van rotando). Preside Estrella Balsas , pero Lucía Senande, la vicepresidenta, fue la encargada de la apertura. Tocaron los pandereteiros de Baio, el gaiteiro de A Torre, los gaiteiros y las cantareiras del lugar y Hechizo, en la verbena. Los de A Fonte, explica María Luisa Roel , de la directiva, repartieron una revista e invitaron a café y a chulas, porque, la comida, cada uno la suya. Francisco Otero , jefe del servicio técnico de la oficina agraria de Baio, fue uno de los invitados, y el alcalde de Zas, Manuel Muíño , con una agenda dominical de infarto, también se pasó a saludar. Así que, visto lo visto, la Fonte de Fornelos mana bien. Agua y actividad.